viernes, 20 de julio de 2012

Capítulo 10. El rescate.

Un estruendo despertó al reo de golpe. Sonó como si miles de piedras cayeran al mismo tiempo contra el suelo. Tras el golpe, se oyeron cientos de pasos, llamadas, agitación… Estaba ocurriendo de verdad, Llama de Palta no había mentido… Estaban asaltando el cuartel secreto.
Otro golpe, y otro más. Las barras de su celda vibraban con cada golpe, y cada uno de ellos era un paso más hacia la libertad. El reo, como tantas otras veces, intentó deshacerse el nudo de la venda que le tapaba los ojos. Y como tantas otras veces, fracasó. Mejor esperar, pensó. ¿Pero cuánto? ¿Y cuántos sobrevivirían al asalto?
Los pasos inundaban el techo de la celda, y con cada sacudida caía un montoncito de polvo contra el suelo. Los gritos de combate y las alarmas se multiplicaron. El acero chillaba fuera con un sonido prolongado. Las flechas surcaban el cielo como pájaros en picado.
Pero de pronto, el silencio.
Pasos en las escalinatas. Era la hora.
-¡Matad a todos los presos! -escuchó-. Nos están ganando, ¡y seguro que han venido hasta aquí por uno de ellos! ¡Matadlos a todos, que no se salgan con la suya!
No parecía muy alentador. Era la voz de un guardia, no de un mercenario. El reo comenzó a sentir miedo… Si al menos pudiera defenderse.
Percibió el sonido de llaves abriendo candados y el grito agudo de un preso dando su última bocanada quejumbrosa antes de morir. Era el fin.
Más pasos en las escaleras. Demasiados esta vez. El silbido de las flechas y el acero cortante inundó el pasillo de las celdas. Los gritos de dolor provenían ahora de los guardias. Los mercenarios lo habían conseguido.
El reo percibió que alguien se acercaba hasta su habitáculo. Para que vieran bin su armadura dorada se puso en pie y echó su capa hacia atrás. Alguien se detuvo frente a sus barrotes.
-Éste es -oyó que decía alguien-. Saquémosle de aquí.
El reo se sintió aliviado y nervioso al mismo tiempo. Escuchar cómo la llave giraba en el candado de su celda era un consuelo, pero, ¿quiénes eran? ¿Los mercenarios, o los guardias del cuartel. Le tomaron por los hombros y con un movimiento veloz y brusco le quitaron de encima la venda de los ojos.

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 9. Irädne.

Dorgo se asomó por la ventanilla del carruaje. Pensaba en Eníe, siempre en Eníe.
Un carruaje había llegado a la mansión ese mismo día. Estaba de paso, transportando en él a dos viajeros más. Venían desde Órobor, aunque uno de ellos parecía ser risiano (procedente de Fuerte Risii) por sus rasgos duros y sus manos llenas de escamas. Era sin duda el porte de un pescador; el otro viajero era un rechoncho anciano que miraba a Dorgo de soslayo por encima de sus lentes. Él directamente ni siquiera los miraba demasiado. Perdió su mirada en la lejanía del paisaje cambiante que mostraba la ventanilla del carruaje. Eníe, la bella Eníe… Ni siquiera un paisaje primaveral como aquel, ni un cielo azul intenso como el de aquel día, podían distraerle demasiado.
-¿Vais vos a la Ciudad de las Luces? -preguntó el viajero de las lentes a Dorgo, rompiendo el silencio.
-No… -contestó él, sin mirarle siquiera-. Voy a… Un paraje sin importancia.
Y no mentía. El Conde le había dado al cochero órdenes de dejar a Dorgo cerca de un lugar remoto, una vieja villa abandonada en mitad de la nada. El Conde le había prometido que allí encontraría la entrada al otro mundo.
Ni siquiera había pensado ni tan solo un momento en su misión. Matar al Centinela… Sabía hacia dónde ir. El mapa que escondía bajo su capa aterciopelada era un secreto que guardar. Los viajeros que le acompañaban habrían oído hablar de aquel mundo siendo niños, como un cuento infantil o una vieja cancioncilla. Pero no podían imaginarse la envergadura de todo aquello. La importancia de la misión del viejo caballero de la Orden Divina, y el devenir de una…
-Guerra -continuó el hombre de las lentes-. Ya han empezado a llamar a filas a niños de los orfanatos desde la muerte del Rey… Dicen que en el norte todo se está viniendo abajo, pero yo -dio un gemido a modo de risa- no he visto nada, y vengo de allí. Imagino que el Gobierno debe estar preparándose para lo peor. Los Republicanos ya daban la tabarra en los días gloriosos de la Monarquía. Sí… Ahora con un Rey muerto y sin ningún descendiente, hemos llegado a un nuevo comienzo.

miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 8. Garlant, el ciego.

Fuerte Risii quizá no era una de las ciudades más populares de Vía-Valúa. Se encontraba en el extremo sur del mundo, lejos de los límites de los humanos; su ubicación en la costa, hizo famosa a la ciudad, al ser uno de los puertos pesqueros más famosos de la zona, quizás por ello el nombre de “Puerto Risii” también era utilizado entre los pescadores, que pasando la mayor parte de su vida en el puerto, su fama por haber sido en principio un fuerte antes de convertirse en un asentamiento quedaba de forma secundaria.
Quizás la zona más concurrida de Fuerte Risii no era el puerto, sino el llamado Callejón de los naipes, una encrucijada de calles donde los trovadores y trileros se ganaban la vida, donde las jóvenes doncellas reían por lo bajo sentadas en los portales bajo el sol del alba y los milicianos disfrutaban del pan recién hecho, partiéndolo con sus pequeñas dagas reglamentarias. Los tenderos ofrecían su mercancía, describiéndola a grandes voces. Quizás no era el barrio más distinguido, ni el que mejor olía, ni siquiera un lugar del todo seguro, pero el Callejón de los naipes se había ganado una fuerte reputación, quizás por su movimiento, o por sus gentes, o tal vez por los sucesos que allí acontecían.
Y allí estaban ellos. Cuatro niños, uno de ellos bastante gordo y otro un poco más alto llevando un fardo con algo oculto y sujetando con la otra mano un cayado. Era la primera vez en sus vidas que pisaban un sitio así. Nunca habían salido del orfanato. Aquel lugar, tan atestado de gente, era a la vez un símbolo de libertad para ellos.
 -No sabemos ni qué estamos haciendo aquí… -protestó Timo.
-Eso, tú como siempre, quejándote -dijo Rana.
-No me quejo, es sólo que no sabemos qué… -Duplica le hizo callar, dándole un codazo.
-Estamos aquí para averiguar algo sobre el pasado de Risii -dijo Duplica, hablando como si el muchacho al que se refería no estuviera delante.
Risii iba por delante de todos, mirando cada letrero y cada puerta que se abría a su paso. Tenía el telescopio escondido bajo un vendaje de tela y se sujetaba en el bastón, como si fuera un peregrino que hubiera venido de un lejano lugar. En realidad, sí venían de un lejano lugar. El orfanato casi estaba a tres días de viaje de Fuerte Risii.
-Nada de esto me suena -se lamentó Risii mirando a todas partes-. Tengo el presentimiento de haber estado aquí antes, pero… Nada de esto me hace recordar nada.
-Bueno, tienes un nombre -dijo Duplica-. Podemos probar a preguntar a los paisanos de este sitio. Quizás conozcan a alguien llamada Luna.
-Es un nombre muy raro -dijo Timo, desviando su atención a las mesas de los trileros-. Creo que podría vivir aquí y aprender de esta gente…
Risii paró en seco entonces. Sonrió al ver su descubrimiento.
-¿Nombre raro dices, Timo?
En el lado izquierdo de la calle rezaba un cartel en letras grandes y doradas la palabra mágica por la que habían andado toda la mañana.
-Luna… -murmuró Duplica, contenta.

domingo, 1 de julio de 2012

Capítulo 7. Negociaciones y revelaciones.

Dorgo la miró aterrado. No podía dejar de gritar y llorar al mismo tiempo. Estaba muerta. Y él era el culpable.
Recordó el día anterior. Eníe había vuelto a su vida. La amaba, estaba seguro, y también estaba seguro de que todo esto pasaría.
Habían estado juntos durante todo el día, expresando su pasión desde el momento en que la besó. Bebieron mucho, demasiado, a decir verdad. Ella seguía siendo la chica vivaz y fuerte que Dorgo recordaba. Pocas palabras del pasado intercambiaron, por no decir ninguna. Todo era pasión ese día. Aquella pasión que murió hacía diez años y que ahora, había vuelto a sus vidas, de forma casual, quizás.
Extrañamente, esta vez lo recordaba todo. Los besos, las caricias, el sexo…
-No… -gimió, mientras la miraba.
El sexo vino después, por la noche. No tuvieron más que subir las escaleras. Estaba tan borracho... Jamás lo hubiera hecho de no estarlo. Tampoco hablaron demasiado en su habitación. Ni siquiera el olor a vómito apagó aquella llama.
Pero todo cambió…
Sus manos, que acariciaban su cuerpo desnudo, cambiaron hasta convertirse en afiladas garras. Sus apasionados besos se transformaron en violentos mordiscos. El sabor salado de la sangre aun estaba en su boca. Pronto las sábanas se llenaron de ese color rojo. Eníe comenzó a gritar de dolor, pero aquella bestia que tenía ante ella ignoraba sus súplicas, hasta que fue demasiado tarde.
-Eníe…
La bestia dejó de ser bestia, cuando su presa murió. Y durmió, exhausto, al lado de su cadáver. Ya no era bestia, pero estaba sin conocimiento. La sorpresa vino después, cuando el amanecer llegó, y el otrora amante descubriera su papel de asesino.
Eníe yacía muerta, con numerosos arañazos en su cuerpo ensangrentado, y su rostro de sorpresa y miedo aún seguía allí, y ella ya no podía cambiar su expresión, ni siquiera para pedir una explicación a todo aquello.
Dorgo se tiró al suelo, llorando, gritando, golpeando el entarimado.
-Eníe, Eníe, Eníe, ¡Eníe!

sábado, 30 de junio de 2012

Capítulo 6. El telescopio.

Risii miró meticulosamente el bastón.
-¿Seguro que no es peligroso? -preguntó.
Sus amigos no contestaron. Seguían mirando el bastón, al igual que él, esperando que pasara algo.
-No lo sé -contestó Duplica, al cabo de un rato-. Pero aún no has contestado a mi pregunta… ¿Por qué este sitio?
-Ah, bueno… -Risii seguía mirando al bastón tirado en el suelo-. No lo sé.
-No me creo que no lo sepas -dijo Timo.
-Pues no lo sé, ¿vale? -Risii se desplazó del lugar que había ocupado mirando al bastón hasta unos metros alejado de éste y sus amigos.
Rana y Timo le miraron desconcertados. Duplica seguía escudriñando el bastón.
-Sea lo que sea, nos ha salvado el pellejo -dijo-. Y sigo sin creer que Risii no sabe nada de este lugar -alzó la vista-. Es impresionante, ¿no creéis?  
Rana y Timo también alzaron la vista. Estaban justo debajo del árbol con un castillo en su copa. Alrededor del tronco había piedras, tan grandes como una persona, que con el paso de los años habían caído del castillo. Se encontraba tan destrozado que era seguro que no vivía nadie en él. Un pequeño saliente con peldaños tallado en la corteza recorría todo el tronco hasta desaparecer en la frondosidad de la copa. Era el modo de subir hasta arriba. Algunos peldaños parecían viejos y podridos, y otros directamente no estaban en su sitio.
-¿Deberíamos subir? -preguntó Timo, nervioso.
-¡Pues claro que sí! -dijo Rana, dándole una palmada en la espalda-. Toda la milicia del mundo nos debe estar buscando, y aquí no creo que se les ocurra mirar en absoluto.
-Debemos ser cautos -intervino Duplica-. Las escaleras no parecen muy seguras, y el árbol es bastante alto.
-¡Cierto! -exclamó Timo-. Sólo por eso, descartamos el sitio, ¿a que sí?
-No digas tonterías, cobardica -sonrió Rana-. Sólo hay que tener un poco de cuidado al subir, pero arriba tendremos todo un castillo para nosotros solos. Y eso me parece genial.
-¿Y si está habitado? -dijo Timo con un tono sarcástico-. Nadie aquí ha pensado en el hecho de que puede haber gente viviendo ahí arriba.
-Por favor, Timo… -dijo Duplica-. Se ve desde aquí que ese castillo está ruinoso… Y nosotros no necesitamos más para escondernos. Hemos vivido toda nuestra vida entre muros, y ahora viviremos en un castillo sin techo. Pensándolo profundamente es un alivio, una liberación.
-¡No!
-¿Qué podemos hacer para convencerte? -preguntó Rana ya perdiendo un poco la paciencia.           

jueves, 28 de junio de 2012

Capítulo 5. Dorgo, el borracho.

Dorgo volvió a darse la vuelta en la cama. Sabía que era de día. El haz de luz que entraba por entre los postigos de la ventana delataba a la mañana. Y seguramente, no era ni tan siquiera temprano. 
Finalmente decidió levantarse, no sin quejarse y vomitar al lado de la cama. Demasiado alcohol ayer, pensó. Se miró a sí mismo. Lucía aún un cuerpo jovial y su rostro no mostraba señas de vejez alguna. Su melena, larga y rubia, empezaba a tomar signos de falta de higiene, y el vello de su rostro, aunque escaso, estaba casi siempre manchado de ron y cerveza.
-¿Ya es de día? -preguntó, dejando incluso una pausa, como si alguien, en aquella habitación mustia de posada barata, le fuera a contestar-. Maldita sea…
Miró su vómito en el suelo. Tendría que convivir con él todo el tiempo que estuviera en aquel lugar, o cambiar de posada. Su optimismo le decía que tendría para pagarse otra posada en otro lugar, aunque en esta tenía confianza y una planta abajo donde empinar el codo todo lo que quisiera.
Se lavó la cara en una pila que había cerca de la ventana. No quería abrirla de par en par porque tanta luz le cegaría. Sabía que era tarde. El mercado que había en la calle era tan ruidoso que se preguntó cómo no se había despertado antes. Se miró en un pequeño espejo que guardaba en uno de sus bolsillos. Se veía bien pese a sus ojeras. Su mirada era seria. Su boca, de labios finos, susurró al reflejo la palabra “ron”. Su aliento era de un olor inconfundible. El alcohol le estaba esperando abajo con los brazos abiertos, y eso le hizo sonreír pese a su mal despertar.
Pero antes, se vistió. No con la ropa normal de cualquiera que estuviera de paso, sino con una armadura sucia, abollada y dorada y una capa azul aterciopelada con algún que otro agujero y jirón. A dicha armadura le acompañaba su inseparable espada. Hacía diez años que no la sacaba de la vaina. Y deseaba que pasaran al menos otros diez sin tener que hacerlo.
-Hoy no has madrugado mucho -dijo Astos, el posadero, cuando Dorgo hizo acto de presencia en la barra-. Y no me sorprende, anoche montasteis tú y aquellos milicianos una buena fiesta aquí abajo.
-Yo no recuerdo nada… -contestó, casi en un susurro-. Ah, por cierto, lo siento pero… Creo que he vomitado en la habitación…
Astos le miró con lástima.
-No pasa nada -dijo cordialmente-. Venga, la primera es gratuita, amigo mío.

miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo 4. Un castillo en un árbol.

Duplica se tapó la nariz cuando entraron en el clandestino taller varios hombres que transportaban la piel de animales putrefactos; las dejaban tiradas en el suelo y las órdenes eran muy directas: Curtid, niñas.
Las pieles apestaban y las moscas revoloteaban a su alrededor. La número Veintidós vomitó en cuanto las dejaron solas frente a las pieles. Las demás niñas la tranquilizaron como pudieron, ofreciéndole agua y leche de cabra. El único sustento líquido del que podían disponer.
La madera la traían por la tarde. Al menos no apestaba, pero era difícil sustraerla hasta convertirla en varillas de flecha. El primer día les habían explicado todo lo que tenían que hacer. Con las pieles de animales, tenían que dejar que se secaran antes de introducirlas en las chimeneas improvisadas que les habían construido en aquel taller clandestino que otrora fuera un almacén de trigo.
Tenían que contener la respiración y estirar las pieles en el suelo, formando una hilera. A continuación, con unas estacas de madera, las clavaban en el suelo para que la piel quedara totalmente tensa. Bajo la piel ya estaqueada echaban carbones encendidos para que todas las bacterias de las mismas se eliminaran. Era la peor parte, el olor a pelo quemado se hacía insoportable.

viernes, 22 de junio de 2012

Capítulo 3. El verdugo del Rey.

-¡Vais a estar forjando espadas hasta que os sangren los dedos!
Rana y Risii fueron conducidos hasta la improvisada forja que habían instalado en el orfanato. Habían usado la cocina, donde se encontraban varios hornos de piedra colocados en fila para amasar pan. Cuando llegaron, los dejaron allí tirados de una patada y con la puerta cerrada a cal y canto.
Les dolía todo el cuerpo. Tras su fallido intento de escapar del orfanato, el miliciano les había dado una buena paliza… Seguida de unos cuantos bastonazo del señor Magley… Y seguida de unos cuantos correazos de la señora Byssú.
Tirados en el suelo, con el cuerpo lleno de moretones, solos, y sin nadie que los oyera, los jóvenes opinaron sobre sus métodos de convención para que ejercieran tan arduo trabajo:
-¡Pedazos de mierda! ¡Cojo asqueroso! ¡Gorda sin freno! ¡Un tonel debías de ser para que te tiráramos rodando por un barranco!
Calmada su ira, intentaron levantarse del suelo lentamente, quejándose y apoyándose en la pared, mientras con la otra mano frotaban sus heridas.
-Debería darte una paliza -espetó Risii-. Tú y tu magnífico plan de huída.
-Hey, ¡el plan era magnífico! -se excusó-. Si no fuera porque la mitad salieron corriendo en todas direcciones, no estaríamos como estamos… Encerrados en una habitación esperando a que nos traigan metal para luego pasar más calor que pollos asados.
Risii se acercó una silla y se sentó maldiciendo.
-Hasta el hueso del culo me duele… Duplica debe estar en alguna otra habitación convertida en taller. A Timo lo traerán aquí junto a los demás niños gordos de un momento a otro.
-Qué esperanzador…

Esbozos (I)




Illith niña.

jueves, 21 de junio de 2012

Capítulo 2. Hace diez años.

Illith abrió los ojos. La ventisca que la golpeaba era como un silbido atroz que chocaba contra su cuerpo y dejaba en él una premisa de frío intenso y humedad. Su vestimenta, una armadura dorada y de capa azul aterciopelada, poco a poco se llenó de escarcha. No había pasado tanto frío en su corta vida.
Apenas contaba con ocho años, y allí estaba, en un lugar desconocido, donde incluso ella era una desconocida para sí misma.
Se tocó su cabello rubio, tornándose duro por las frías temperaturas. La ventisca no la dejaba ver más allá de unos metros alrededor. El miedo se apoderó de su alma. No quería ni echar a andar.
¿Quién era? Una pregunta que no podría contestar, ¿dónde estaba? Tampoco.
Gritó, y su voz se escuchó entrecortada a través del vaivén del viento acompañado por los copos de nieve que danzaban a su son. “Ayuda” era la palabra que más veces repitió, antes de darse por vencida y caer sobre el manto de nieve que le caló hasta los huesos. Tuvo el presentimiento de que iba a morir, y eso en parte le daba igual, pues no recordaba ningún pasaje anterior a ese momento.
Quería respuestas, y se acogería a lo primero que pasara por allí. Miró alrededor suyo, formando un amplio círculo de visión. Todo era espesa niebla y fuertes vientos.
“¡Estoy aquí…!” Exclamó su entrecortada voz. “¿Alguien puede escucharme…?” pero lo dio por imposible. El viento susurraba más alto que ella. Echó a andar, sabía que no podía darse por vencida tan pronto. Seguramente aquello no era más que un mal sueño, la pesadilla más real que había tenido, o quizás era la cruda realidad: Rodeada por la nada y sin nadie cercano que pudiera auxiliarla. Sería su fin, el epitafio de una corta vida que ni siquiera podía recordar.
Pero la esperanza llegó con una sombra lejana. Casi no podía tener los ojos del todo abiertos por el choque de la nieve en su cara, pero vislumbraba una figura alta y oscura en la lejanía. Rezaba para que la viera, hizo todo el ruido posible, incluso lanzó piedras que iba encontrando por el suelo hacia su dirección.
La figura se detuvo. Illith pensó que la había visto al fin. Entonces la figura se dio la vuelta, y con aire esperanzador, la niña vio su salvación cada vez más cerca…
La figura negra, con cada paso que daba, cortaba el silbido de los vientos. Debía ser alguien muy fuerte, pensó Illith. Ella corrió hacia su salvador con dificultad. La figura parecía tener menos dificultad a la hora de avanzar por esos páramos helados.
La figura comenzó a hacerse más y más grande con cada paso que daba. Illith decidió no avanzar más, estaba claro que la figura la había visto. Peor entonces, por alguna extraña razón, la figura se detuvo… Y desapareció.
“¡No… Vuelve…!” Intentó gritar ella.
Nada, la figura desapareció entre la ventisca. Siguió lanzando piedras hacia la posición en la que la vio la última vez, pero no había nada que hacer. No volvió a verla más.
Ahora sí que entró en un estado de desesperación, y casi llorando echó a correr en dirección de la desaparecida figura. Pero correr, y contra semejante ventisca, era inútil.
Se detuvo. Estaba demasiado cansada y helada para seguir.
Pero entonces, una sombra la cubrió. Se dio la vuelta y gritó al ver a una figura tan voluminosa que ella a su lado podría ser no más grande que un zorro…
Quería gritar, pero su garganta estaba demasiado fría. Tampoco podía echar a correr porque sus huesos estaban entumecidos. Se quedó quieta, mientras la enorme figura se agachó y se acercó más.
Su rostro estaba lleno de pústulas amarillentas y su fétido aliento rozó la cara de la muchacha, haciéndola retroceder torpemente. Con lo que parecía una mano, intentó cogerla, pero Illith había tenido ya demasiadas sorpresas por el momento, y cayó desmayada antes de sentir el roce de aquella mano contra su cuerpo.

miércoles, 20 de junio de 2012

Capítulo 1. Del orfanato a la guerra.

Vía-Valúa era un mundo dominado por los hombres. Se trataba de una especie de vergel rodeado por mares, de los que según pescadores con imaginación, si te adentrabas demasiado en ellos, el Dios de los mares te devoraba como si fueras un intruso. Hacia el norte se extendían montañas y tierras desconocidas que, por temor a los llamados “negros” o “raza Cunoi” el ser humano civilizado no se atrevía a explorar, así que sería un disparate afirmar que el mundo civilizado, donde habían comenzado los primeros asentamientos, era un isla rodeada por mar, pero eso era lo que soñaban los cobardes, y los cartógrafos.
Desde los primeros asentamientos humanos, que habían ido desarrollándose poco a poco, las ciudades se levantaron durante siglos, formando una monarquía absoluta, partiendo de los nobles que con puño de hierro aseguraron la prosperidad de las primeras ciudades, declarando a su estirpe durante generaciones los “Bendecidos por los Dioses”.
La magia estaba presente. Desde el amanecer del hombre, la magia, por alguna razón, siempre había estado allí, y desde luego, el hombre al principio la temió, pero como tantas otras cosas, la adaptó a sus necesidades una vez dominada.   
Y, tras siglos de civilización en este mundo, en una noche, en unos pocos minutos tal vez, la situación de la humanidad se vio totalmente cambiada…




El señor Magley caminaba rumbo a su trabajo. Era temprano; el cielo bañaba la tierra con un azul oscurecido, casi amaneciendo. El hombre, ya mayor, portaba un bastón y maldecía cada vez que se quedaba encajado en la empedrada calle que cada mañana debía atravesar. No había nada abierto todavía. Los panaderos llevaban un par de horas despiertos, pero su trabajo dentro de sus talleres era silencioso. Llevaba haciendo el mismo recorrido hacia su trabajo durante más de treinta años, pero no se quejaba. Era una persona ya anciana que muy pocas veces se había planteado cambiar de rutina, y quizás le gustaba aquello… Disfrutar del frescor de la mañana a esas horas y el silencio en las calles que dominaba toda la ciudad en la que vivía, la llamada Ciudad de las Luces.
Pero aquel día, el señor Magley llegó a su trabajo más nervioso de lo habitual. Sudaba debido al paso ligero, y dedicar tanta prisa para trabajar era bastante extraño en él.
Llegó hasta una gran fachada con un portón sin cerradura ni clase alguna de argolla que se erguía majestuoso, como si fuera la entrada a un recinto carcelario… Casi. Era un orfanato. Sin nombre, sin identidad. Cualquier viajero que pasara por allí tomaría aquella fachada y aquel portón como la casa de algún adinerado.
El señor Magley introdujo su bastón en un extraño mecanismo en el centro del portón, quedando el largo apoyo en posición horizontal. El hombre puso sus manos en cada extremo, y giró en sentido contrario a las agujas del reloj hasta escuchar un “crack” que significaba que el portón estaba ya abierto. Recogió su bastón del mecanismo de la puerta, y empujó hacia dentro lentamente, abriendo de par en par el recinto.

Prólogo.

-Qué gran noche…
El Rey de Vía-Valúa disfrutaba del olor a jazmín y del galán de noche mientras daba su habitual paseo a caballo por la campiña.
-¿No os parece una gran noche? -preguntó a su escolta.
Éstos respondieron con un “Sí, Majestad” casi al unísono.
El Rey Murno. Un apodo que la voz popular le había puesto al que en realidad se llamara Düstar Bendecido por los Dioses. Intentaba impresionar a su séquito con su conocimiento sobre la botánica del lugar, cada noche repetía las mismas palabras, ya que siempre tomaban el mismo recorrido. Si su séquito pudiera decir lo que pensaba, “pesado” sería la definición correcta del Rey.
Tenía una peculiar obsesión hacia lo que pensaran los demás sobre él. Era un Rey, y debía demostrar constantemente lo que sabía a los demás.
-El jazmín se poda a principio de año. Brota con la entrada de la primavera y de sus brotes, cuando casi llega el verano, florece en zonas cálidas, pero en las zonas frías, no florece hasta casi la entrada del otoño...
Su escolta, formada por dos hombres, afirmaba ante todo lo que salía de la boca de su Majestad. No podían hacer más.
El camino llevaba por una ladera que se alzaba en el lado derecho. El Rey estaba a punto de abrir la boca para explicar, una vez más como cada noche, las peculiaridades del moho en los árboles, pero había algo más en aquel lugar… Algo brillaba bajo la luz de la Luna…
-¿Qué será eso? -preguntó el Rey, señalando con el dedo hacia la ladera. La escolta preparó sus armas-. Nunca había visto algo semejante.

martes, 19 de junio de 2012

Good morning, blogger...

Hacía ya tiempo que en mi mente estaba la idea de crear un blog, pero siempre por falta de tiempo y vagancia súbita nunca me decidí a hacerlo. Pero bueno, hoy casi me caigo de la cama y me propuse hacer algo, y como no soy de los que emplean su tiempo en poner velitas a Santos, pues me dije "allá que vamos... cómete el bocata y no le pegues a los otros niños"

Este blog se pensó desde un principio como un blog donde yo escribiré una historia que lleva en mi mente más de un lustro y que en este último mes he comenzado a sacar de mi celebro, pero no quiero que se enfoque solamente a eso, ya que sería tedioso. Iré subiendo alguna cosita secundaria y quizás incluso hasta dibujos de la propia historia en cuestión.

Espero que esto sea un viaje a la imaginación de muchos. Aunque sé que en realidad serán pocos los que me acompañen, pero bueno, a ellos decirles que se sienten y disfruten, y que las palomitas se pagan aparte.